M.C. Rigoberto Martínez Escárcega
RESUMEN
En el presente ensayo se analiza la práctica educativa a partir de las relaciones de poder. La noción de poder se visualiza como una relación social, como una acción política, en donde los grupos de individuos enmarcados por la configuración de las clases sociales, luchan para llevar a la práctica sus intereses. Todo ejercicio de poder conlleva otro ejercicio de poder enfrentado. No hay poder sin resistencia. Las relaciones de poder son relaciones conflictivas entre los intereses de las clases sociales, que se hacen patentes en la vida escolar, son una lucha, una guerra, en donde no hay dominación sin rebelión.
Como resultado de un acercamiento etnográfico a la práctica educativa en una escuela primaria en México, cobran forma tres modelos educativos a los que se ha denominado como el ejercicio coercitivo, persuasivo y colectivo del poder.
En el ejercicio coercitivo del poder, el docente despliega una pedagogía frontal y autoritaria, en donde hace sentir a los estudiantes abiertamente la inflexibilidad de la normatividad institucional. El aprendizaje es considerado como una copia acrítica de contenidos, ajenos al contexto social y cultural de los estudiantes. La escuela se convierte en espacio de imposición e invasión cultural que hace posible la dominación y la explotación social.
En el ejercicio persuasivo del poder cobra forma un modelo pedagógico constructivista, en donde se respetan los intereses, necesidades y ritmos de aprendizaje de los estudiantes. El conocimiento es visto como el producto de la interacción del sujeto cognoscente con el objeto de conocimiento a través de la acción transformadora. Sin embargo, el conocimiento se centra en el individuo y se despoja de toda reflexión crítica, de toda acción política que pueda cuestionar el orden social. Los estudiantes, en última instancia, se mantienen al margen de las decisiones fundamentales que dan forma a la vida escolar.
El ejercicio colectivo del poder parte de reconocer la construcción de aprendizajes colectivos, como resultado del actuar político de las masas sobre el mundo. En este modelo se asume abiertamente una postura política ante la explotación y la opresión de la que son víctimas los estudiantes. Respetando los intereses y ritmos de aprendizaje de los estudiantes, se consideran actores potenciales en la transformación social. Las decisiones del colectivo se anteponen a la imposición del modelo educativo oficial.
PALABRAS CLAVES:
Educación, poder, coerción, persuasión y resistencia.
INTRODUCCIÓN.
La práctica educativa ha sido analizada desde diferentes perspectivas. En México es popular una tipología sobre la instrumentación de la didáctica elaborada por Porfirio Morán Oviedo (1996), en donde se caracteriza una didáctica tradicional, una didáctica basada en la tecnología educativa y una didáctica crítica. Este análisis de la práctica educativa a partir de la didáctica adolece de rigurosidad conceptual, ya que no acota la problemática estudiada. Las diferencias epistemológicas entre las didácticas expuestas no son claras.
Luis Not en Las pedagogías del conocimiento (1983) expone, de forma original, una clasificación de los distintos modelos educativos, tomando como referencia el ámbito epistemológico. A partir de las teorías del conocimiento, propone tres modelos educativos: el heteroestructuralista, el autoestructuralista y el interestructuralista. Es interesante el trabajo de Luis Not para analizar desde el ámbito epistemológico las aportaciones teóricas en la educación, pero está muy lejos de ser un elemento teórico que ayude a entender la complejidad de la vida al interior de las escuelas actualmente.
Existe un conjunto de trabajos (Plalacios, 1989; Gadotti, 2000; Château, 1959 entre otros) en donde se analizan las aportaciones de los grandes pedagogos. Sin embargo, no existe un criterio unificado en la clasificación y análisis de las teorías educativas. Mientras que Jesús Palacios en La cuestión escolar (1989) clasifica a los pedagogos en la escuela tradicional, en la escuela nueva, en la escuela antiautoritaria, en la tradición marxista y en las posturas antinstitucionales; Gadotti en Historia de las ideas pedagógicas (2000), clasifica a los pedagogos cronológicamente, tomando como referencia la fecha de la publicación de sus teorías. Jean Château en Los grandes pedagogos (1959), aunque sigue el mismo criterio que Gadotti en la clasificación de los pedagogos, difiere en los términos de dicha clasificación. Así pues, las diferencias que existen entre los diferentes autores que estudian los modelos educativos no sólo se restringe a los criterios de clasificación empleados, sino a los pedagogos que deciden omitir.
El estudio de la pedagogía cuenta con una amplia bibliografía sobre la historia de la educación en México y en el mundo, de tal forma que se encuentra fuera del alcance de este escrito, ni siquiera la pretensión de elaborar un resumen sucinto al respecto. Sin embargo, en México existe un grupo de trabajos sobre el tema, que han sido, a través de algunas generaciones, básicos en la formación de los docentes (Ponce, 1988; Abbagnano y Visalberghi, 1964; Manacorda, 1988). Cada autor propone una clasificación de la historia de la educación siguiendo criterios diferentes. Mientras que Manacorda en Historia de la educación (1987), realiza una separación de la educación drástica en el tiempo; Aníbal Ponce en Educación y lucha de clases (1986) toma como referencia los análisis marxistas sobre los diversos modos de producción que cobraron forma en Europa. Por otro lado, los autores que colaboran con Abbagnano y Visalberghi en Historia de la pedagogía (1964) toman como modelo en la exposición de la historia de la educación el devenir del pensamiento filosófico.
Como se puede percibir, los criterios para analizar la historia de la educación, así como el desarrollo del pensamiento pedagógico, difieren de un autor a otro. Y es natural, en tanto que el estudio de las ciencias sociales, en general, no está exento de subjetividad, de responder a las condicionantes históricas, políticas y sociales de quienes escriben la historia. A pesar de la diversidad y abundancia de la literatura sobre el pensamiento pedagógico y la historia de la educación, actualmente no se cuenta con una tipología de la práctica educativa mexicana que no se base en criterios eurocentristas alejados de la realidad.
Elsie Rockwell y un equipo de colaboradoras, cuyo trabajo ha sido difundido por el Departamento de Investigaciones Educativas del Centro de Investigación y Estudios Avanzados del Politécnico Nacional, han dado forma a una serie de estudios etnográficos sobre la vida cotidiana en la escuela mexicana contemporánea (1995). A pesar de que estas investigadoras han abierto una importante brecha en los estudios de corte cualitativo en educación en México, es evidente que su interés ha girado en torno a recuperar la idiosincrasia e historicidad de los diferentes actores que configuran la vida escolar; dejando de lado el estudio analítico de las relaciones de poder en los procesos educativos que se desarrollan cotidianamente al interior de las escuelas.
Pedro Fortan Jupero, en un libro titulado La escuela y sus alternativas de poder (1986), propone una tipología de la enseñanza centrada en el poder. Plantea cuatro modelos de enseñanza: el carismático, el de ajuste, el de relación y el interrelacional. Aunque es un documento de referencia obligada en el estudio de los tipos de enseñanza en torno a las relaciones de poder, no hace explícita la perspectiva sociológica desde la cual aborda el estudio del poder.
En consecuencia, a partir de un acercamiento teórico a las relaciones de poder, se desarrollará una tipología de la práctica docente en el contexto de la educación básica en México. Este trabajo es resultado de un estudio etnográfico realizado en el ciclo escolar 1999–2000, en una escuela primaria ubicada en una colonia marginal de la periferia de la ciudad de Chihuahua. La investigación se centró principalmente en desentrañar y hacer evidente los mecanismos cotidianos con los que se ejerce y se resiste al poder en el interior de las escuelas primarias.
UN ACERCAMIENTO TEÓRICO A LAS RELACIONES DE PODER
Antes de abordar qué debe entenderse por relaciones de poder, es necesario definir qué es el poder, qué posturas existen con respecto al poder, y en todo caso, desde qué perspectiva teórica se analizará el poder.
Habría que empezar por señalar algunas definiciones de poder superadas por la teoría y la práctica política, con las que no se coincide.
Para Max Weber el poder es “la posibilidad de que cierto orden de contenido específico sea obedecido por determinado grupo” (citado en Poulantzas, 1969, p. 125). Esta definición de poder es la más popular, entendido como la posibilidad que tienen ciertos sujetos o grupos de sujetos de influir en los saberes y haceres de otros sujetos. Sin embargo adolece de un análisis dialéctico, ya que el conflicto y la contradicción juegan sin duda un papel importante en el ejercicio del poder. La definición de Weber es unilateral, mecánica, otorga un papel activo a los detentadores del poder y un papel totalmente pasivo y acrítico a los destinatarios de dicho poder.
Existe otra definición de poder basada en la teoría jurídica clásica, en donde es considerado como “un derecho, del que se es poseedor como un bien, que en consecuencia puede transferirse o alienarse, total o parcialmente, mediante un acto jurídico o un acto fundador de derecho que sería del orden de la cesión o del contrato” (citado en Foucault, 1992, p. 134). Más que ver al poder como un contrato, una moneda, un título jurídico intercambiable, que se puede ceder de una persona a otra, ya sea en su totalidad o en partes, habría que partir de que el poder es una relación social, una actividad realizada socialmente, una acción, un verbo más que un sustantivo. Esta postura cosifica el poder. Como acertadamente señala Michel Foulcault “el poder no se da, no se cambia ni se retoma sino que se ejercita, no existe más que en acto” (1992, p. 135).
La sociología estructural-funcionalista ha definido al poder como “la capacidad de ejercer ciertas funciones en provecho del sistema social considerado en su conjunto” (citado en Poulantzas, 1969, p. 125). Esta corriente teórica ve al Estado como la única instancia depositaria del poder. Pero, además, considera que el Estado es el organismo encargado de velar por los intereses comunes de los miembros de la sociedad. No reconoce la lucha de clases, ni al Estado como un instrumento de dominación.
Una definición más compleja del poder se encuentra en Lesswell y Kaplan, para quienes el poder “es el hecho de participar en la adopción de decisiones” (citado en Poulantzas, 1969, p. 124). Esta definición de poder aunque concibe al poder como una relación social, no exenta de conflictos, ignora los procesos inconscientes que operan e influyen a nivel estructural. Se deja de lado el papel de los aparatos ideológicos de Estado como la familia, la escuela, los medios de comunicación, la iglesia, etc., que tienen como función inculcar la ideología de las clases dominantes y, que en última instancia, influyen en las decisiones que adoptan las masas.
Una vez delimitadas las posturas con respecto al poder con las que se ha decidido mantenerse al margen (rodeo teórico necesario para acotar el objeto de estudio), se expondrá la noción de poder que será el eje rector a través del desarrollo de esta investigación.
El poder es una relación social, un accionar político, en donde los grupos de individuos, enmarcados por la configuración de las clases sociales, luchan para llevar a la práctica sus intereses. Es decir, el poder es “la capacidad de una clase social para realizar sus intereses objetivos específicos” (Poulantzas, 1969, p. 124).
Auque pareciera a simple vista que al adoptar la anterior definición de poder se ha evitado abordar las dificultades que enfrentan las otras posturas, en realidad, se ha planteado una problemática de una complejidad que rebasa la intención analítica de este ensayo, pero que sin embargo es imprescindible desarrollar.
Si se parte de definir al poder como la capacidad que tienen las clases sociales para objetivar sus intereses, lo primero que habría que aclarar es ¿qué debe entenderse por clase social? ¿cuántas clases sociales componen la formación social mexicana actual?, si existe preponderancia de unas clases sociales sobre otras ¿qué clases son preponderantes? y, sobre todo, ¿cuáles son y cómo pueden definirse los intereses de clases?
La teoría marxista, siendo la postura adoptada en este trabajo, parte del reconocimiento de la lucha de clases como el motor de la historia. Carlos Marx enuncia en el Manifiesto del partido comunista: “la historia de las sociedades hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases” (1985, p. 110).
Las clases sociales son el lugar que ocupan los individuos en las prácticas sociales; es decir, lo que define la pertenencia a una clase social es la actuación de los individuos con respecto al ámbito material, político e ideológico. La clase social, como el poder, es una relación social, producto del papel que ocupan los individuos en la división social del trabajo, así como su militancia política y su posición ideológica ante el mundo. Una clase social, afirma Nicos Poulatzas “se define por su lugar en el conjunto de las prácticas sociales, es decir, por su lugar en el conjunto de la división social del trabajo, que comprende las relaciones políticas y las relaciones ideológicas” (1976, p. 13).
Ahora bien, si en la formación mexicana actual predomina el modo de producción capitalista, ¿cuáles son las principales clases que componen este modo de producción? y ¿cuáles son los intereses de las clases sociales del modo de producción capitalista?
Para Marx “los obreros asalariados, los capitalistas y los terratenientes, forman las tres grandes clases de la sociedad moderna, basada en el régimen capitalista de producción” (1959, p. 817). Para los fines de este trabajo, puede decirse que las clases fundamentales del modo de producción capitalista las constituyen los obreros asalariados y los capitalistas. Los obreros asalariados no poseen medios de producción y sólo tienen, como recurso para vivir, la venta de su fuerza de trabajo, ya sea física o intelectual, a los capitalistas. Por el contrario, los capitalistas además de ser los dueños de los medios de producción, compran la fuerza de trabajo de los obreros, para extraer un remanente llamado plusvalía, que es la base de la explotación. La clase capitalista, independientemente de si es dueña de los medios de producción, se caracteriza por la valoración del capital, es decir, que invierte dinero en la producción, con el propósito de obtener más dinero. El capitalista no invierte su capital para generar empleos o satisfacer una necesidad social, sino para poner a trabajar a la clase obrera y adueñarse de una parte del producto de su trabajo, para apoderarse del valor producido, para explotarlos, para generar plusvalía. Entonces “la producción capitalista no es ya producción de mercancías, sino que es, sustancialmente, producción de plusvalía” (Marx, 1959, p. 425).
Entonces, el interés principal de la clase capitalista es obtener más ganancias, y eso sólo puede ser posible si reduce el salario de la clase obrera o intensifica la producción introduciendo medios de producción más modernos que sus competidores, que a su vez hace necesario el despido de mano de obra. En contraparte, el interés fundamental de la clase obrera es obtener mejores salarios, y esto sólo es posible a base de reducir la ganancia del capitalista.
Los intereses de capitalistas y de obreros están encontrados, los capitalistas sólo pueden realizar sus intereses socavando los intereses de los obreros y, éstos últimos, sólo pueden ver concretizados sus intereses a costa de los intereses de los capitalistas. Así pues, la realización de los intereses de una clase provoca el enfrentamiento por la objetivación de los intereses de otras clases. La capacidad de una clase de objetivar sus intereses se enfrenta a un poder que se opone a esa realización.
Por eso en el modo de producción capitalista, la relación entre las clases es conflictiva, contradictoria, las clases sólo existen en lucha, en combate y la lucha de clases es lo que marca el quehacer político e ideológico de todo cuerpo social.
Las relaciones conflictivas entre las clases, la lucha de clases, son relaciones de poder, en tanto que el ejercicio del poder conlleva necesariamente la configuración de otro ejercicio de poder enfrentado. Como bien lo describe Michel Foucault “si el poder es en sí mismo puesta en juego y despliegue de una relación de fuerza, en vez de analizarlo en términos de cesión, enajenación, en vez de analizarlo incluso, en términos funcionales de prórroga de las relaciones de producción ¿no hay que analizarlo en primer lugar y, ante todo, en términos de combate, enfrentamiento o guerra?” (2002, p. 28).
Las relaciones de poder también están presentes en el ámbito escolar, el afán de la institución de dominar e imponer la ideología de las clases dominantes, y como consecuencia, la lucha de los estudiantes para resistir a toda invasión cultural, son elementos que van a marcar el quehacer educativo. La escuela, más que verla como un espacio pasivo de dominación, habría que visualizarla como un pugilato político, como una arena de lucha y confrontación cultural. Esta perspectiva política de la práctica educativa es la que a continuación se abordará.
EL EJERCICIO COERCITIVO DEL PODER
Descripción de la práctica educativa
La clase que a continuación se describe es de un grupo de quinto grado que se estuvo observando en distintos momentos durante todo el ciclo escolar 1999–2000, en una escuela primaria de una colonia de la periferia de la ciudad de Chihuahua, Chih.
La clase comienza con actividades de rutina, como el pase de lista y la revisión de la tarea, las cuales son realizadas en completo silencio. Posteriormente el profesor da indicaciones para que los estudiantes saquen su libro de geografía y continúen con un tema que se dejó inconcluso el día anterior. El tema abordado es sobre los productos y los ecosistemas del medio urbano y el medio rural. La clase se desarrolla en los siguientes términos:
M (Maestro): ¿Qué? ¿Cómo me veo, más gordo o más flaco?
A (Alumno): Más viejo.
El profesor da indicaciones para que una estudiante empiece la lectura. Después de la lectura de la estudiante tres de sus compañeros levantan la mano para participar, pero, su intervención se da después de la introducción del profesor.
A: Yo vivía en un pueblo que se llama Pito Real.
El estudiante se levanta y busca la ubicación de su pueblo en un planisferio que se encuentra colgado en frente del salón.
Son las 9:35 a.m.
Continúan con el tema. Otro estudiante, por indicaciones del profesor, sigue leyendo el libro en voz alta, los demás miembros del grupo siguen la lectura en silencio y el profesor al final de la lectura hace comentarios sobre lo leído.
El profesor pide a los estudiantes que escriban en su cuaderno qué productos hay en el edio urbano y en el medio rural.
Los estudiantes sacan su cuaderno y se ponen a redactar en completo silencio.
El profesor comenta al observador que el grupo se formó en cuarto año con los estudiantes que no aceptaron los demás profesores. Inicialmente eran 16 estudiantes, a la fecha son 25.
Posteriormente los estudiantes leen por turnos y en voz alta su ejercicio sobre el medio urbano y rural.
A: Profe, mire Joel no está trabajando y nomás está hablando, póngale un coscorrón para que se le quite o péguele con el metro para que se acabe de quebrar como el otro día con Jairo.
A: Yo profe, quiero leer.
M: No Moisés, para qué quieres leer, no se te entiende nada.
A: ¿Y por qué los otros sí leen?
M: Ándale pues, lee.
A: No, no voy a leer.
M: Ándale Moisés.
A: No, no.
Un silencio absoluto de todo el grupo, del profesor y del estudiante que no quiso leer.
Finalmente el estudiante empieza a leer, despacio, pero se escucha perfectamente y se puede apreciar que no tiene problemas de dicción, entonación y volumen, lee perfectamente, pero algo cohibido.
Son las 10:14 a.m.
El profesor da las siguientes indicaciones:
M: Saquen su cuaderno chiquito y escriban lo siguiente:
El profesor empieza a escribir en el pizarrón un texto sobre el tema que se está trabajando, el cual copia del cuaderno de un estudiante.
Los estudiantes sacan su cuaderno y se ponen a copiar lo que el profesor escribió en el pizarrón. Esta actividad se realiza en completo silencio.
A las 10:25 a.m. suena un timbre que indica el inicio del recreo.
El profesor da indicaciones para que los estudiantes que terminen pasen al escritorio a revisar y puedan salir al recreo.
Después de quince minutos sólo quedan tres estudiantes dentro del salón de clases. El profesor se retira del aula y les pide que el estudiante que termine al final, cierre la puerta del salón.
Análisis de la práctica educativa
En la clase analizada ha cobrado forma un modelo educativo al que se identifica como el ejercicio coercitivo del poder.
En la clase descrita, se puede ver cómo el profesor es el centro único del cual dependen todas las actividades realizadas dentro del aula de clases. El profesor decide qué actividades se deben realizar, cómo se van a realizar y cómo se van a evaluar.
Es evidente que el profesor, para mantener el control del grupo, utiliza la intimidación psicológica e incluso la agresión física. Aquí cobra forma un ejercicio coercitivo del poder, en donde el profesor hace explícita a sus estudiantes la autoridad que encarna su persona, el poder plenipotenciario que la institución le concede. Los estudiantes, no tienen capacidad de decisión alguna. El control disciplinario que el profesor tiene sobre el grupo se basa en castigar y sancionar hasta el más mínimo detalle que rompa con la vida normalizada de la escuela, que él impone. Este tipo de práctica educativa hace sentir al estudiante que la escuela es una institución coercitiva de una reglamentación inflexible e imposible de romper. Como señala Michel Foucault, “en la escuela reina una verdadera micropenalidad, en donde se utiliza a título de castigos, una serie de procedimientos sutiles, que van desde el castigo físico leve, a privaciones menores y a pequeñas humillaciones” (1999, p. 183). En esta clase se puede observar cómo el profesor evidencia a un estudiante ante el grupo, señalando sus deficiencias en la lectura, este es un mecanismo de humillación y sanción que el profesor utiliza para dar forma a una micropolítica del poder dentro del salón del aula, erigiéndose como el poder sancionador.
Otra de las características de la práctica educativa como un ejercicio coercitivo del poder es que las actividades, impuestas por el profesor, tienden a homogenizar al grupo, desdeñan los procesos individuales de aprendizaje. El grupo en su conjunto es visto como una masa amorfa y peligrosa a la que debe mantenerse bajo control. El carácter homogenizador de la escuela sirve para segregar y diferenciar a los alumnos que no van con el ritmo de aprendizaje de la mayoría de sus compañeros. Este tipo de práctica educativa hace de la escuela un espacio de segregación y discriminación social, como bien lo señalan los alumnos de Barbiana, en una carta a una profesora: “la escuela no es una escuela, es como un hospital que cura a los sanos y rechaza a los enfermos. Se convierte en un instrumento de diferenciación cada vez más irremediable” (1975, p. 21).
El carácter homogenizador del ejercicio coercitivo del poder desdeña las condiciones económicas, sociales, políticas y culturales de los estudiantes, que posibilitan u obstruyen el desenvolvimiento escolar. Este tipo de práctica contribuye a la formación de dos redes de escolarización; aquellos individuos que deben dedicarse a las funciones administrativas del Estado capitalista y aquellos que pasarán a conformar la clase obrera que vende su fuerza de trabajo, medio por el cual cobra forma la explotación. Como sostienen Baudelot y Establet, “existen dos redes de escolarización opuestas porque la división del trabajo, que se presenta por lo general bajo la apariencia de una división puramente técnica de las funciones y de las competencias o calificaciones, en realidad está determinada por la división de la sociedad en clases antagónicas, por la existencia de la explotación del trabajo en la producción” (1981, p. 109).
Ahora bien, el ejercicio coercitivo del poder no sólo da forma a una práctica segregadora, sino que tiene como objetivo principal imponer arbitrariamente una serie de contenidos que dan forma a una arbitrariedad cultural. El grupo estaba abordando las características del medio urbano y el medio rural cuando un estudiante comenta que vivía en un pueblo llamado “Pito Real”, el profesor, en vez de retomar la experiencia del niño y los conocimientos previos sobre el tema, decide cortar drásticamente la intervención del niño y seguir abordando la lectura del libro de texto. El profesor con su autoritarismo y su prepotencia hace que “toda acción pedagógica sea objetivamente una violencia simbólica en tanto que imposición, por un poder arbitrario, de una arbitrariedad cultural” (Bourdieu y Passeron, 1981, p. 45). Los contenidos del programa, arbitrarios y descontextualizados de los intereses y necesidades de los niños, son impuestos por un poder arbitrario.
En cuanto al papel de la educación institucionalizada, el ejercicio coercitivo del poder convierte a la escuela en un medio por el cual la clase dominante, o bloque hegemónico, impone arbitrariamente una visión tergiversada del mundo a las clases explotadas. El Estado, en tanto que instancia de dominación, está compuesto por aparatos represivos e ideológicos de Estado. “En cuanto aparato o sistemas de aparatos, el Estado es una variedad de organización formal. Está caracterizado por sus funciones específicas: defensa coactiva, gobernación política (mediante la aplicación de las normas) y regulación judicial de una determinada formación social” (Therborn, 1982, p. 33). La escuela como aparato ideológico de Estado, al igual que la familia, la iglesia y los medios de comunicación, es la encargada de inculcar en los estudiantes, el respeto a la autoridad y al orden establecido. Los aparatos represivos de Estado son los encargados de hacer cumplir la norma, y los aparatos ideológicos de Estado de inculcar la norma y su respeto. La inculcación ideológica de la norma hace posible la reproducción de las relaciones de producción capitalista. Así pues, el papel del profesor, es reproducir en los estudiantes, la ideología de la clase dominante.
El ejercicio coercitivo del poder al interior de la escuela primaria hace posible la reproducción y mantenimiento de una sociedad basada en la explotación.
El aprendizaje
Cuando la práctica educativa cobra forma como un ejercicio coercitivo del poder, el aprendizaje es visto como una transmisión del conocimiento del profesor a sus estudiantes.
En este tipo de práctica educativa, el objeto de conocimiento, representado por los contenidos de aprendizaje, tiene un papel eminentemente activo, ya que debe depositarse lo más fielmente posible en la mente del estudiante.
Esta postura, fundamentada en el conductismo, define el aprendizaje como un simple cambio de conducta producido por los estímulos proporcionados por el profesor, el cual, a su vez, debe controlar las respuestas de los estudiantes.
Este concepto de aprendizaje propicia una práctica educativa memorística y verbalista, en donde el estudiante debe retener acríticamente toda la información vertida por el profesor, con base en la repetición y el condicionamiento.
El papel del docente
En el ejercicio coercitivo del poder, el maestro ocupa el papel principal. Impone los contenidos, las formas de abordarlos y de evaluarlos. El docente define, impone y vela por el respeto a la norma dentro del salón de clases.
El profesor centraliza todas y cada una de las actividades que se desarrollan al interior del aula, evidenciando y castigando todo acto de insubordinación.
Sin embargo, a pesar del poder omnipresente y agresivo que el docente ejerce con los estudiantes, éste, con su práctica educativa, reproduce lo que otras instancias de poder le dictan tanto explícita como implícitamente en la normatividad oficial. El docente se convierte en un apéndice que fomenta y reproduce los intereses de las clases dominantes. Como afirma Merani, “la educación sigue siendo delegación subrogada del conocimiento en función del poder que el Estado delega en determinados individuos para el ejercicio de las actividades que aseguren su cohesión” (1980, pp. 19 y 20).
El docente, a pesar de la aparente omnipresencia y hegemonía que ejerce dentro del aula, es un simple técnico de la pedagogía, que pone en práctica toda una serie de actividades rutinarias y enajenantes, que son la base para inculcar en los estudiantes, la pasividad y la obediencia. Iván Illich, señala de forma concisa, como “la escuela ha convertido a los maestros en administradores de programas de capacitación de los recursos humanos por medio de conducta bien planeadas y dirigidas” (1989, p. 33).
El papel del estudiante
En la práctica educativa, en donde cobra forma el ejercicio coercitivo del poder, el estudiante ocupa un papel eminentemente pasivo. El niño es visto como un ser perverso por naturaleza, al cual se debe domeñar y domesticar para que en el futuro pueda ser funcional en la sociedad.
El estudiante no participa en las decisiones más importantes que se toman en el ámbito escolar, decisiones que le afectan directamente. Este modelo educativo, basado en la filosofía empirista, concibe al estudiante como un recipiente vacío, al cual deben depositarse los contenidos que determina la institución.
Desde esta visión del estudiante, no puede establecerse ningún tipo de relación afectiva con el docente. Como señala Kohl: “el discurso de los alumnos va dirigido al maestro, cuyas normas obedecen. El conflicto, la desobediencia y la discrepancia son problemas disciplinarios y ofensivos que deben ser castigados” (1974, p. 34).
La evaluación
El ejercicio coercitivo del poder utiliza la evaluación como un medio de control y sometimiento a la norma impuesta institucionalmente. El docente hace de la evaluación un mecanismo de intimidación que utiliza constantemente para disciplinar a los estudiantes.
La evaluación es confundida con unos exámenes, con la acreditación, que, más que evidenciar el proceso de aprendizaje de los estudiantes, están orientados a verificar el grado de homogenización del grupo. Para Michel Foucault, el examen “combina las técnicas de la jerarquía que vigila y las sanciones que normaliza. Es una mirada normalizadora, una vigilancia que permite calificar, clasificar y castigar” (1999, p. 189).
En este modelo de la práctica educativa, la evaluación es utilizada para clasificar a los estudiantes, para evidenciarlos públicamente y finalmente para segregarlos y eliminarlos.
Es evidente que los títulos son la piedra angular del poder institucionalizado que se ejerce coercitivamente en las escuelas. Las calificaciones y los títulos que produce la escuela son el medio por el cual se reproducen arbitrariamente las desigualdades sociales.
EL EJERCICIO PERSUASIVO DEL PODER
Descripción de la práctica educativa
La clase que a continuación se describe tuvo lugar en la misma escuela primaria que las demás clases analizadas, sólo que a diferencia de las otras dos clases que se desarrollaron en quinto año, esta clase se dio en un grupo de primero. Se eligió este fragmento de clase, ya que presenta características que representan claramente un modelo de práctica educativa en donde el poder se ejerce de forma persuasiva.
El grupo está conformado este día por veintiséis niños, los cuales se distribuyen en equipos de cuatro o tres integrantes. El mobiliario del aula está compuesto por mesas y sillas pequeñas que facilitan el trabajo en equipo.
El grupo ha estado trabajando algunos contenidos de la asignatura de Conocimiento del Medio, relacionados con los derechos de los niños. Después de una discusión grupal promovida por la profesora sobre los derechos y las obligaciones de los niños, se indicó que recortaran unas tarjetas del libro de texto, las clasificaran en derechos y obligaciones y, finalmente, que las pegaran en sus cuadernos.
Los niños platican con sus compañeros al momento de estar recortando y pegando las tarjetas. La profesora pasa por los equipos a supervisar el trabajo y conversa de forma natural con los niños algunos temas ajenos al trabajo abordado.
M (Maestra): Niños. pasamos al dictado, el que no terminó ahorita terminará después. No podemos pasar aquí toda la mañana pegando.
Un estudiante, algo mayor que el resto del grupo, no hizo la actividad y anduvo inquieto platicando con los compañeros y salió del salón. Otro estudiante se paró a pedir permiso a la profesora para salir también al baño.
La profesora apresura al grupo para pasar a un dictado de palabras y comenta:
M: al que no se apure le voy a cantar como a Cristóbal: si no acabaste hoy ya acabarás mañana.
Se oyen algunas risas sobre el comentario hecho por la profesora.
M: Ya vamos a empezar el dictado.
A: ¡no todavía no!
M: Sí, ya porque tenemos mucho rato.
Solamente unos tres o cuatro niños se interesan por el dictado.
La profesora da indicaciones de guardar el libro recortable, las tarjetas, las tijeras y el pegamento, y escribe en el pizarrón la palabra “dictado”, acompañada del número uno.
M: En el número uno vamos a escribir el derecho que tienen todos los niños, en el cual se levantan muy temprano para recibirlo, y se sientan en la cocina.
A: Alimento.
M: Correcto.
La profesora dicta la palabra lentamente.
M: Aaaaallllllliiiiiimmmmmeeeeennnnnntttttttoooo.
Se puede observar que la mayor parte de los estudiantes son silábico–alfabéticos según comentario de la misma profesora.
Los niños se distraen, y la profesora da las siguientes indicaciones:
M: ¡levántense! Suban las manos, bájenlas, súbanlas, bájenlas. Y luego dicta la palabra educación.
La profesora dicta la palabra diversión, dando algunas indicaciones para que los estudiantes adivinen el derecho sobre el que se trata. La profesora señala en el alfabeto la letra con la que empieza la palabra dictada.
Con los niños que son más lentos la profesora se acerca y dicta la palabra de forma lenta.
La profesora pide a los niños que le digan en cuál palabra van, y luego las cuentan. Dicta la palabra niños.
Los niños que se encuentran sentados en equipos cotejan sus dictados y sus hipótesis sobre el sistema convencional de la lengua escrita.
La profesora da indicaciones sobre la siguiente palabra a dictar, pero los estudiantes ponen muy poca atención.
La profesora da pistas para que el grupo adivine la palabra vida.
Un niño se levanta de su silla y no escribe nada.
Posteriormente la profesora dicta la palabra salud y les pregunta a los niños sobre la letra con la que termina y pide que le digan palabras que empiecen con la letra “d”.
Después de un rato de estar buscando palabras que empiecen con la letra indicada, suena el timbre que señala la hora del recreo, y la profesora deja salir a los niños del salón.
Análisis de la práctica educativa
En la clase analizada ha cobrado forma un segundo modelo educativo al que se reconoce como el ejercicio persuasivo del poder.
En el ejercicio persuasivo del poder, la práctica educativa no se basa en la rigidez autoritaria del docente. La clase se desarrolla en torno a generar un ambiente en donde los niños puedan interactuar directamente con el objeto de estudio, de cuya relación ambos resultan trasformados.
Como se puede observar en la clase descrita, la profesora fomenta el trabajo en equipo, propicia la interacción de los estudiantes y la contrastación de hipótesis de aprendizaje entre compañeros. La relación de la profesora con los niños es afectiva. La metodología empleada respeta la heterogeneidad cognitiva de los estudiantes. Las actividades están planteadas de forma flexible, de tal modo que no todos los niños trabajan en lo mismo.
La profesora respeta los ritmos y las necesidades de aprendizaje de cada estudiante. Combina el trabajo grupal con el individual. Cuando se presenta la oportunidad pasa a las mesas de los niños a preguntar y a problematizarlos en el trabajo que están realizando.
Es evidente que la profesora pone en práctica un sentido globalizador en la forma de abordar los contenidos de aprendizaje. Cuando los estudiantes estaban trabajando en la asignatura de Conocimiento del Medio aprovechó para realizar un dictado colectivo, propio de la asignatura de español. Y, al mismo tiempo que se realizaba el dictado, abordaban algunas actividades que propiciaban la construcción del concepto de número.
La disciplina está supeditada a las actividades del grupo. La discusión, el diálogo y la conversación, son un aspecto fundamental de este tipo de práctica. Los niños se desplazan por el salón, salen al baño, platican con sus compañeros con naturalidad. No apelan a la autoridad de la profesora para realizar actividades alternas a las realizadas por los demás compañeros del grupo.
Las actividades desarrolladas por la profesora responden a un enfoque teórico constructivista, tal y como lo señalan los actuales Planes y Programas de estudio de educación primaria (SEP, 1993). Se puede considerar, desde el punto de vista oficial, como una práctica educativa avanzada.
Sin embargo, a pesar del enfoque constructivista que cobra forma en este tipo de práctica educativa, la profesora ejerce el poder de forma persuasiva, respeta los intereses y los ritmos de aprendizaje de los estudiantes, pero en última instancia, es ella la responsable directa de desarrollar las actividades planeadas de acuerdo a lo señalado oficialmente. Es la profesora la que controla los contenidos que se abordan, así como la forma de abordarlos, el tiempo en que se abordan y la forma de evaluarlos.
En el fondo, a pesar de que la docente apela a la afectividad para relacionarse con los niños, éstos están al margen de las decisiones fundamentales que les impone la institución. Los estudiantes son víctimas de un modelo educativo impuesto oficialmente por los burócratas a nivel federal. Es decir, el currículum oficial, a pesar de lo avanzado que pueda ser teóricamente, es impuesto de forma persuasiva a los estudiantes. Imponer persuasivamente implica consensar la aceptación de una arbitrariedad cultural.
Como analizan Bourdieu y Passeron, “la Autoridad Pedagógica, poder de violencia simbólica que se manifiesta bajo la forma de un derecho de imposición legítima, refuerza el poder arbitrario que la fundamenta y que ella disimula” (1981, p. 53). En tanto que la profesora disimula y suaviza la imposición de una arbitrariedad cultural, entonces legitima el poder de la arbitrariedad pedagógica que ella representa y que oculta por ese poder de persuasión. Entre menos violento sea la imposición de una arbitrariedad cultural, mayor es la legitimación del poder que la impone.
Las prácticas pedagógicas no violentas, trátense de las pedagogías rousseaunianas, la enseñanza no dirigida basada en el psicoanálisis o el constructivismo, en tanto que definen de antemano los contenidos que el estudiante descubre o construye por sí mismo, separando el trabajo pedagógico de la acción política, encubren el ejercicio persuasivo del poder. Por tanto, no deja de ser un mecanismo por el cual se impone la ideología de la clase dominante.
El aprendizaje
En la práctica educativa en donde cobra forma el ejercicio persuasivo del poder, el aprendizaje es visto como una construcción original elaborada por el sujeto cognoscente a partir de la interacción con el objeto de conocimiento a través de la acción transformadora, en donde el sujeto transforma al objeto y viceversa.
Esta concepción del aprendizaje se fundamenta en la psicología genética de Jean Piaget, el cual sostiene que: “el aprendizaje en función de la experiencia, no se debe entonces a presiones aceptadas pasivamente por el sujeto sino por el contrario a la acomodación de esquemas de asimilación” (1972, p. 101).
El aprendizaje no es una simple transmisión de conocimientos depositados en la mente del niño de forma acrítica, sino por el contrario, es el producto de la acción ejercida por el niño sobre el conocimiento. El aprendizaje es activo, jamás debe ser verbalista y repetitivo, el niño debe transformar y manipular el mundo concreto que aprehende.
Sin embargo, para este tipo de práctica educativa el aprendizaje se restringe a un acto cognitivo individual y original construido por el sujeto, exento de toda influencia política y social.
El papel del docente
En el ejercicio persuasivo del poder desaparece el papel del docente como un simple transmisor de conocimientos y aparece como un problematizador y generador de desequilibrios cognitivos en el niño, que le permitan interesarse en la investigación del mundo circundante y sea capaz de construir conocimientos originales.
El docente es el encargado de generar un ambiente pedagógico propicio para que el niño inicie un proceso de aprendizaje autónomo.
No porque el niño reivindique su autonomía en la construcción de conocimientos el docente pasa a ocupar un papel secundario en el proceso de aprendizaje. Por el contrario, el docente es el encargado de generar y preparar las actividades más adecuadas para que se desenvuelva el niño cognitivamente. El profesor posibilita y facilita la interacción del niño con el material concreto hacia el interior del aula de clases.
Así pues, la generación de un ambiente pedagógico adecuado para la construcción de conocimientos es una tarea exclusiva del docente.
En el ámbito político el docente asume una envestidura de neutralidad, que va a justificar con su silencio, generalmente de forma inconsciente, el clima de explotación, discriminación y marginación en el que viven los estudiantes.
El papel del estudiante
En el ejercicio persuasivo del poder, el papel del estudiante es activo. Sólo es posible la construcción de conocimientos si interactúa con el mundo que le rodea.
El estudiante es considerado como un ser complejo, que llega a la escuela con un sinnúmero de informaciones y experiencias previas sobre los contenidos que ahí se estudian. El niño, a medida que se desarrolla, construye una visión original del mundo, que difiere a la visión del mundo que tienen los adultos.
Pero sólo es posible la construcción de conocimientos, según las características cognitivas del niño de educación primaria, con la interacción y manipulación del material concreto, con la experimentación y descubrimiento de los fenómenos naturales.
El diálogo, la discusión y la reflexión entre los niños, es de primordial importancia, ya que la confrontación de puntos de vista les permite exponer sus hipótesis sobre el mundo, defenderlas y reelaborarlas.
Sin embargo, el estudiante se mantendrá ajeno a cualquier discusión política que lo lleve a reflexionar sobre el mundo social circundante o a cuestionar la legitimidad de la cultura que impone el mundo escolar.
La evaluación
Si el aprendizaje es considerado como un proceso y no como un producto de aprendizaje, entonces la evaluación es parte del proceso de aprendizaje, y tiene como principal objetivo, verificar el tipo de hipótesis que el niño ha construido sobre determinado objeto de estudio, con el propósito de problematizarlo y pueda continuar construyendo hipótesis más complejas.
Aquí la evaluación deja de ser un instrumento de control y se convierte en un medio para conocer la complejidad cognitiva del niño y las características de su proceso de aprendizaje.
La evaluación no se reduce a un examen objetivo e inflexible, sino a variadas evidencias de aprendizaje, que son los trabajos que elaboran cotidianamente los niños en clase en situaciones funcionales y problematizadoras de la vida real.
Sin embargo, la evaluación sigue siendo individual, centrada en el aspecto cognitivo, elaborada por el docente exclusivamente, descartando la participación de los estudiantes y desdeñando el ámbito político.
EL EJERCICIO COLECTIVO DEL PODER
Descripción de la práctica educativa
La clase que a continuación se describe tuvo lugar en un grupo de quinto año en la misma escuela donde se desarrollaron las clases anteriormente analizadas y durante el mismo ciclo escolar.
Se observa que el profesor tiene buena relación con los estudiantes, bromea con ellos en un ambiente de confianza.
Cuando el profesor estaba realizando un comentario sobre el tipo de viviendas donde habitaba el Hombre primitivo de pronto se soltó una fuerte lluvia que posteriormente se convirtió en granizo. Fue tanto el ruido que provocó el granizo en el aula que fue prácticamente imposible continuar con la clase. Los estudiantes se levantaron de sus lugares y se dirigieron a las ventanas para observar caer el granizo. Esta conducta el profesor la tomó con naturalidad.
M: ¿Qué les parece si aprovechamos la lluvia para hacerle una carta al director para que nos ponga el cielo en el salón?
La propuesta fue bien aceptada por el grupo, el cual se abocó a discutir qué debía contener la carta y en qué términos debía redactarse.
Se elaboró una propuesta de carta por equipos. Posteriormente compartieron y corrigieron las cartas redactadas. Y finalmente se decidió redactar de forma grupal una carta que contuviera la información presentada por todos los equipos.
Se formó una comisión para hacerle llegar la carta al director. Mientras la comisión regresaba de la dirección el grupo generó una discusión sobre cuáles eran las causas a las que se debía que hasta la actualidad se estuviera planteando acondicionar adecuadamente el aula de clases.
Cuando regresó la comisión de estudiantes de la dirección informó sobre el trato despótico y desinteresado del director, el cual delegó la petición a la sociedad de padres de familia.
Nuevamente se organizó un debate sobre la conducta despótica del director y las posibles alternativas para resolver la problemática presentada.
Los integrantes de la comisión fungieron como los coordinadores del debate grupal que cobró forma. El profesor, al igual que cualquier otro miembro del grupo, pedía la palabra a los miembros de la comisión y esperaba su turno para participar en la discusión.
El grupo llegó al acuerdo de redactar una nueva carta, dirigida a la sociedad de padres de familia, para exigirle fuera atendida su demanda, ya que el dinero con el que se contaba era producto de las aportaciones de todos los padres de familia de la escuela y las condiciones materiales eran una prioridad.
También se plantearon realizar algunas actividades para recabar fondos, como una rifa, venta de comida, etc., como posibles alternativas para resolver el problema presentado.
Al día siguiente se elaboró en grupo una carta dirigida a la sociedad de padres de familia y se nombró una comisión con nuevos integrantes para que la hicieran llegar a las personas correspondientes.
El grupo decidió preparar una obra de teatro donde se abordara el despotismo de los gobernantes con los gobernados y la sumisión de la clase política con los capitalistas.
Se elaboraron varios guiones de la obra de teatro por equipos, se eligió uno y se montó la escenificación.
La comisión informó de la falta de recursos por parte de la sociedad de padres de familia para ponerle el cielo al salón, ya que los disponibles estaban destinados a la construcción de unas canchas.
A partir de una nueva discusión grupal, se decidió pedirle al director la tienda de la escuela para recabar fondos y solucionar el problema. Se nombró una nueva comisión para realizar dicha petición.
La comisión informó que después de un fuerte enfrentamiento con el director, en donde éste argumentaba que las ganancias de la tienda escolar estaban destinadas para un viaje de graduación de los grupos de sexto año, finamente le concedió al grupo hacerse cargo de la tienda escolar por quince días.
A partir de esta nueva situación, el grupo decidió trabajar con matemáticas en la compra y venta de productos que se ofrecerían en la tienda de la escuela, con el propósito de desempeñar lo mejor posible la nueva actividad.
El grupo, en conjunto con el profesor, planearon las actividades a desarrollar en la semana, tendientes a reflexionar y resolver el problema presentado.
Después de algunos días el grupo contó con dinero suficiente para comprar material y ponerle cielo al salón, actividad que se realizó en horario extra clase, un fin de semana, con la colaboración entusiasta de padres de familia, estudiantes y maestro.
Análisis de la práctica educativa
Finalmente, en la experiencia educativa anteriormente descrita cobra forma un ejercicio colectivo del poder. La docencia no está centrada únicamente en las decisiones del docente o en las necesidades cognitivas de los estudiantes sino en los intereses políticos del grupo, tendientes a transformar la realidad.
En el ejercicio colectivo del poder, cobra forma una pedagogía crítica que desafía a las prácticas escolares institucionalizadas, que sólo responden al ejercicio del poder vertical y unilateral de las clases dominantes. Este tipo de práctica “entraña la sustitución del discurso autoritario de imposición y recitación por una voz capaz de hablar conforme a sus propios sentimientos, una voz capaz de escuchar, de narrar de otra forma y de desafiar los fundamentos mismos del conocimiento y el poder” (Giroux, 1998, p. 250).
El profesor aprovecha los acontecimientos cotidianos de la realidad en la que se desenvuelven los estudiantes, para problematizarlos políticamente sobre la opresión que padecen. El quehacer educativo se vuelve político en la medida en que el conocimiento construido de forma grupal sólo cobra sentido pedagógico si se denuncia la marginación, el oprobio y la explotación imperante, que posibilite la transformación de la realidad. Educación y política son parte de un mismo proceso, que, auxiliado por la psicología educativa, cobra forma una pedagogía que respeta los intereses y necesidades cognitivas de los estudiantes, promueve la reflexión y la transformación del mundo. En este tipo de práctica educativa, como afirma Henry Giroux, “la pedagogía es un instrumento que amplía las posibilidades políticas, al enfatizar la función de la educación como una practica crítica perfectamente utilizable para abordar la tensión existente entre las distintas prácticas sociales que se registran en un amplio abanico de espacios de aprendizaje moldeables y solapados y en los debates morales de un imaginario democrático radical” (2002, p. 130).
El docente hace del diálogo, de la discusión y análisis grupal, el fundamento del ejercicio colectivo del poder. El lenguaje no es utilizado para imponer una visión del mundo ajena al contexto de los estudiantes, sino como un instrumento de reflexión para la emancipación y la liberación. Como comenta Peter McLaren: “la importancia del lenguaje como práctica teórica se deriva de su poder como discurso crítico y subversivo” (1998, p. 33).
Se observa cómo el profesor en las discusiones y análisis que se hacen en el grupo, participa como otro miembro más del colectivo, sin consideraciones especiales a la arbitrariedad política de la que lo enviste el poder institucional.
En este tipo de pedagogía, el diálogo democrático, horizontal, incluyente y respetuoso de las diferencias culturales es el medio fundamental de concienciación y liberación. Como afirma Paulo Freire: “en la teoría dialógica de la acción, los sujetos se encuentran, para la transformación del mundo, en colaboración” (1990, p. 215).
En la práctica descrita se puede observar como las actividades planeadas por el grupo y el profesor tienden a resolver la problemática concreta, abordando de forma global los contenidos del programa oficial, sin que los libros de texto se conviertan en una imposición cultural despolitizada y dominadora. En el ejercicio colectivo del poder, “el diálogo con uno mismo y con el otro, un diálogo que contesta y rompe la estructura narrativa monotemática y unidimensional de los textos sociales dominantes que se basan en los incentivos de mercado y en la lógica del consumo” (McLaren, 1997, p. 125).
El ejercicio colectivo del poder convierte el salón de clases en un espacio de encuentro, de diálogo, de reflexión y liberación, en donde los niños reafirman su propia identidad cultural como explotados y donde los estudiantes se descubren y ubican como actores fundamentales en la lucha contra la opresión.
El ejercicio colectivo del poder hace de la acción pedagógica un acto de resistencia a la explotación, la marginación, la segregación y el odio imperante en el mundo capitalista. Cobra forma una educación que se resiste a toda forma de opresión y explotación de clase, raza o género. El ejercicio colectivo del poder es un espacio de encuentro y emancipación de los oprimidos. La resistencia hace que la escuela y los espacios institucionales que representa, en vez de servir mecánicamente a los designios de la dominación y la opresión, se transformen en un espacio de contestación y lucha. Como acertadamente lo plantea McLaren: “resistir significa combatir la supervisión del control y del deseo, y la simbolización capitalista de la carne. La resistencia de los estudiantes constituye un rechazo del sujeto histórico reformulado como un dócil objeto complaciente con la gramática de la dominación capitalista. Se trata de una reacción contra la purga de la oportunidad que el cuerpo tiene que invertir en el placer de la trasgresión y el conocimiento ilícito, en favor de un ideal desencarnado de los que constituyen las formas de deseo “correctas” y los patrones de conducta exigidos por la sociedad civil” (1997, p. 265).
Así pues, el ejercicio colectivo del poder desafía a la dinámica de la clase dominante, que utiliza la escuela como un instrumento para reproducir las relaciones de producción del capitalismo.
El ejercicio colectivo del poder es una posibilidad concreta de erradicar la explotación y la opresión del capitalismo. Es una esperanza o una respuesta certera al grito de indignación y coraje contra toda forma de autoritarismo lanzado por los estudiantes en la generación de 1968: “queremos las estructuras al servicio del hombre, y no el hombre al servicio de las estructuras”.
El aprendizaje
En el ejercicio colectivo del poder, el aprendizaje es una construcción colectiva, producto del actuar político de las masas para transformar el mundo.
Aquí se hace una diferenciación entre construcción individual y colectiva. Es decir, las masas tienen aprendizajes colectivos en su actuar político que no se dan individualmente. Como afirma Paulo Freire: “nadie educa a nadie, así como nadie se educa a sí mismo, los hombres se educan en comunión, y el mundo es el mediador” (1990, p. 86).
Ahora bien, en tanto que los aprendizajes colectivos son principalmente políticos, no hay construcción de aprendizajes sin lucha, sin conflictos. La construcción colectiva de los aprendizajes implica una lucha con el objeto social que se niega a ser transformado y una resistencia del colectivo a ser un ente pasivo de la transformación sufrida por el objeto social. Sujeto y objeto se relacionan en conflicto, en enfrentamiento, es una relación de poder. Entonces, el aprendizaje es una construcción producto de las relaciones de poder, en donde el contexto social quiere asimilar a las masas para explotarlas, oprimirlas y deshumanizarlas, y por otro lado, las masas luchan por la liberación, la emancipación y la transformación del mundo que los enajena. Henry Giroux concibe el aprendizaje “como el resultado de múltiples luchas, en lugar de cómo una recepción pasiva de información” (2001, p. 128).
El aprendizaje no es una recepción pasiva de información, pero, tampoco es sólo una construcción individual, un acto puramente cognitivo, un desequilibrio de estructuras mentales, también es, en tanto que el sujeto es un ente colectivo, un acto político y, como todo acto político, es una lucha, una guerra desplegada en un campo de batalla, en donde los contrincantes tienen la intención de eliminar a su oponente, independientemente de si emplean para ello medios pacíficos como la norma, la disciplina y la ideología, o la violencia directa.
Los aprendizajes individuales no se desdeñan, sino que forman parte de los conocimientos que construye el colectivo en su actuar político.
El papel del docente
El papel que ocupa el docente en el ejercicio colectivo del poder es de concienciador. Es un elemento fundamental en la actividad del grupo como colectivo, que induce a la reflexión, el análisis, la crítica de la realidad en que se desenvuelven los niños, con el firme propósito de transformarla. La concienciación, para Freire, es cuando “los oprimidos descubren nítidamente al opresor, y se comprometen en la lucha organizada por su liberación” (1990, p. 61).
El docente, visto como un concienciador, no impone una visión del mundo a los estudiantes, pero, tampoco es indolente y pasivo ente la cultura de dominación y enajenación que prevalece en el contexto social donde se desenvuelven éstos. El docente, propiciando el diálogo, la discusión y la comunicación horizontal en los estudiantes, los problematiza políticamente, para que éstos reflexionen de forma crítica sobre su realidad y la transformen, a la vez, que se desarrollan su personalidad de forma integral.
El docente como concienciador y los estudiantes como sujetos políticos, dan forma a una síntesis cultural a través de la acción y la reflexión, es decir, de la praxis revolucionaria. Como comenta Freire: “en vez de esquemas preescritos, el liderazgo y el pueblo, identificados, crean en forma conjunta las partes de acción. Unos y otros, en cierta forma, renacen a través de la síntesis, en un saber y en un actuar nuevos, que no generó el liderazgo, sino que fue creado por ellos y por el pueblo” (1990, p. 236).
Ahora bien, el docente como concienciador, a diferencia de los demás modelos de la práctica docente analizados, adopta una posición política clara y abierta a favor de los pobres, los oprimidos, los explotados, los marginados y los desfavorecidos por el sistema capitalista imperante. El docente como concienciador, rechaza toda neutralidad ingenua, que no hace más que justificar y legitimar los intereses de las clases dominantes. Como afirma Giroux, los profesores como intelectuales transformativos “tienen que pronunciarse contra las injusticias económicas, políticas y sociales, tanto dentro como fuera de la escuela” (1990, p. 178).
Los docentes, a través de la práctica educativa como ejercicio colectivo del poder, se niegan a servir y reproducir los intereses de las clases dominantes. Se convierten en agitadores políticos que, a través de la reflexión y el análisis crítico, promueven prácticas contrahegemónicas en las escuelas, que desafían el orden dominante. “Los maestros de la tradición crítica, rechazan la tarea que el capitalismo les asigna como intelectuales, como maestros y como teóricos sociales, de servir pasivamente a las situaciones ideológicas e institucionales existentes en las escuela públicas” (McLaren, 1998, p. 199).
Los docentes, en conjunto con los estudiantes, construyen un lenguaje de posibilidad, de transformación, de reivindicación política y cultural de los oprimidos, como base fundamental para vislumbrar un futuro social más alentador. “Los intelectuales transformativos necesitan desarrollar un discurso que conjugue el lenguaje de la crítica con el de la posibilidad, de forma que los educadores sociales reconozcan que tienen la posibilidad de inducir algunos cambios (Giroux, 1990, p. 178).
El papel de los estudiantes
En el ejercicio colectivo del poder, los estudiantes son considerados como entes colectivos y políticos, capaces de desafiar al orden social dominante.
En este tipo de práctica educativa los estudiantes no sólo son sujetos activos, con características cognitivas diferentes a los adultos, sino que son sujetos pertenecientes a colectividades con intereses políticos propios.
Al estudiante se le considera un sujeto colectivo con identidad cultural propia, original, capaz de enriquecerla políticamente en la lucha por la transformación del mundo.
En el ejercicio colectivo del poder “los estudiantes son transformados en combatientes y antagonistas: resentimientos y tensiones ocultas se movilizan, con el propósito de romper las reglas culturalmente axiomáticas de la escuela y subvertir la gramática del discurso dominante del salón de clases” (McLaren, 1995, p. 99).
La evaluación
La evaluación en el ejercicio colectivo del poder es vista como un espacio de reflexión colectiva sobre las acciones llevadas a cabo por la colectividad para transformar la realidad. La evaluación es parte de un proceso de investigación–acción en la que participan todos los estudiantes, el docente y los padres de familia.
Partiendo de que no hay acción sin reflexión, ni reflexión que no lleve a la acción, la evaluación es una reflexión política de las actividades realizadas por el colectivo, para hacer conscientes los aprendizajes construidos en la acción y posibilitar nuevas acciones tendientes a cambiar la realidad.
En la clase descrita se observa cómo cada actividad propuesta por el grupo es evaluada a partir de la discusión y la reflexión crítica, para reconsiderar las trabas presentadas, y planear nuevas actividades. La evaluación es un acto de reflexión crítica, emancipadora. “La racionalidad emancipatoria plantea su interés en la autorreflexión con acción social diseñadas para crear las condiciones materiales e ideológicas en las que existan relaciones no alienantes y no explotadoras” (Giroux, 1992, p. 241).
CONCLUSIONES
Los primero que habría que señalar a manera de conclusión es que el análisis aquí desarrollado sobre la práctica educativa vista a través de las relaciones de poder es elementalmente esquemática y burda, en tanto que responde más a necesidades didácticas de exposición que a un análisis crítico y dialéctico de la cultura escolar. Es decir, los modelos de práctica educativa configurados, como el ejercicio coercitivo, persuasivo y colectivo del poder, difícilmente se podrán observar de forma pura en la práctica docente que cobra forma actualmente en las escuelas mexicanas. Más bien, el análisis de la realidad indica que los docentes en sus prácticas educativas generalmente aplican los tres modelos al mismo tiempo, de forma dialéctica y contradictoria, aunque siempre predomina uno de ellos.
También es importante señalar que en la aplicación de los tres modelos de la práctica educativa aquí analizados existe un contrapoder de los estudiantes que da forma a múltiples mecanismos de resistencia y oposición, que desafían la cultura que encarna el docente. Como señala Frantz Fanon: “en sus músculos, el colonizado siempre está en actitud expectiva… siempre está presto a abandonar su papel de presa y asumir el de cazador (1965, pp. 46 y 47). Este aspecto de la resistencia de los estudiantes a la ideología dominante en el ámbito escolar es un tema ausente en el presente análisis.
Si el presente ensayo estimula la reflexión crítica de la realidad y la acción educativa radical por transformar el mundo, a pesar de sus evidentes limitaciones, se dará por bien servido.
Dixi et salvavi animam meam
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